El viaje más increíble de todos los tiempos parece llegar a su fin con este libro, el undécimo de la saga Caballo de Troya. Una historia que empezó a contarse en 1984 y que 35 años después sale a la luz toda la vida pública o de predicación de Jesús de Nazaret, con hechos jamás contados en los evangelios que se conocen.
Eliseo fue el segundo piloto de la operación “Caballo de Troya”, un proyecto que buscaba la clonación de Cristo, que según los científicos, podría terminar con las injusticias. Nada que ver con el hecho de conocer al propio Jesús, un hombre que vivió una época muy difícil, con una ciega creencia en el castigo divino. Una filosofía que él mismo pretendió cambiar con sus actos, sus mensajes, los cuales serían confusos para los futuros evangelistas que escribieron aquellos textos según su interés y circunstancias. ¿Cómo lograr transmitir un mensaje de esperanza, misericordia, verdad y amor? ¿Cómo describir lo que es indescriptible?
“El Padre Azul” es un ser de amor. Jamás podría concebir un infierno. Si así fuera, la creación se le habría ido de las manos. Para eso Jesús insiste en que su llegada es para dar confianza de que existe un Dios amoroso y que nada malo sucederá tras la muerte, porque no importa lo que se haga, todos somos inmortales.
Otras cuestiones que se ven en este diario, es el hecho de que el mal forma parte del juego de la existencia humana, así como el hombre debe experimentar el dolor para encontrar el verdadero valor de la felicidad, eso sí, no como un castigo de Dios, sino como una elección de vida.
¿Será posible que los extraterrestres tengan tanta participación en la vida de Jesús? Esta particular asistencia llevará a más de uno a cuestionar si en verdad Dios existe, si los prodigios del Maestro, en realidad son de ellos, o si los “ángeles” no son más que seres de otros planetas, claro está, más avanzados y poderosos que los terrícolas.
En definitiva, Jesús logró popularidad gracias a los prodigios. Y eso era lo que buscaba todas las multitudes que lo seguían. La gente necesitaba la salud y el Galileo la proporcionaba. Eso era lo único que contaba. Los prodigios, además, desembocaban en un nombre inevitable: el Mesías. Eso decían las Escrituras: un superhombre llegará y limpiará a los leprosos y tullidos de sus males y pecados. Un superhombre arrasará ejércitos y elevará a la casa de David a lo más alto… Ése era el Maestro, ese fue el panorama, y no otro, porque el mundo no perdonará que se les remuevan a sus dioses. El mundo está a oscuras y no consentirá que se le proporcione la luz.
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